domingo, 6 de octubre de 2013

Y eclipsaste el sol.

Por fuera llovía, cerró las ventanas de su corazón. La llamaban fría, ingenuos, no sabían que el frío quemaba. Caminaba sola por calles repletas de gente que confundía amor con placer y felicidad con conformismo. Su apagada risa el otoño la tenía de colores ocres, el viento la rozaba los cabellos morenos que bailaban a su son, era un viento pesado, cargado de viejas promesas jamás cumplidas. Por las noches, salía a su balcón a contemplar la luna, una simple metáfora de su soledad. Pensaba: "¿Alguien caerá en mi infierno?" Se llamaba a sí misma, una estrella marchita. Se limitaba a leer, versos envenenados bañaban sus labios al leer. Escribía canciones de amor sin miedo a desafinar por escrito. Ella tan sólo era la hija de una diosa llamada Casiopea, encerrada en su torre de mármol. Su vida era monótona, pausada. Acabó aboliendo las comas para dar vida a su poesía, oscura y complicada como su mente fría, helada. En su corazón, aún era invierno, estando a finales de verano.
Su rostro desprendía felicidad, pero por dentro una flor se iba marchitando. Hay dolores que a las palabras menosprecian, hay palabras que dolor no sentían.
Llegó un día marcado en el calendario de su mesilla. Un día que podía ir con gente de su estilo, a algo diferente que no fuera emborrachar penas en botellas de alcohol teñido de colores.
Allí conoció a un apuesto joven. Conocerse fue un choque tal, que formó una supernova; sálvese quien pueda. Aún así, días en adelante seguía marchitándose aquella flor en soledad. Le dolían los besos que la luna le daba cada noche, y se miraba al espejo intentando sonreír.
Tal vez una casualidad mal diseñada hizo que los caminos de aquellas dos pequeñas estrellas en bruto se volvieran a cruzar, no directamente. La chica, volviéndose una canción comercial más, confundió el amor con el placer. Lo que la llevó a marchitar más rápidamente la flor que llevaba en su corazón.
Días pasaron, se dio cuenta de cuan error había cometido, de que se había confundido de joven a quien realmente quería, su corazón volvió a latir con normalidad.
Su mayor adrenalina era escribirle pensando en que él le leería. Tan sólo una Luna y un Sol, dos enamorados que no pueden amarse, en la distancia. El infierno calentaba su corazón ensangrentado de rabia, fuera de la ventana de su habitación llovía, en su interior, había tormenta. Le quería como quien quiere por primera vez, sin reglas.
Su poesía comenzó a tener nombre y apellidos, sus versos edad y sus sentimientos melodía. Tan sólo dos amigos que pasan una hora del día juntos, hablando. Un Sol y una Luna, a distancia de años luz y a la vez tan cerca el uno del otro. Y al final del día surgió la pregunta cuya respuesta había sido dada días antes. Él, respuesta no halló en el mismo instante, tan sólo una sonrisa dibujada en el rostro de la bella joven. El silencio habló por si solo. Poco tiempo después, la respuesta deseada fue dada por la amada. Un sí tan grande como una playa vacía en estación de invierno. A lo que él respondió: "Quisiera ser yo quien encendiera la estrella de tu corazón".
El apuesto caballero sabía convertir la luz en oscuridad de tanta luz que desprendía. Mataba sin tocar, hería sin hablar. La única inspiración de aquella muchacha era su sonrisa dibujada.
Quisiera saber de qué color soy en el reflejo de tus ojos. Te pienso de lejos, te beso de cerca.
Eres y serás el retórico más difícil de encontrar en este largo poema a lo que yo llamo mi vida. Dices, y repites que no eres perfecto, mientes. Te regalaría mis ojos para que te contemplases y vieras a qué me refiero cuando hablo de perfección; tú.  Yo era tan lluvia por dentro, tu tan libre te sentías. Un choque formó esta supernova llena de amor. Y desde aquel día te dije: "Hasta que la vida se marchite, hasta que la muerte nos separe" Dejé de escribir por escribir, mis palabras acarician tu corazón y desgarran los pensamientos y jamás, jamás nadie te querrá de forma tan suicida como lo hago yo, siempre serás inmortal en este lugar al lado izquierdo de mi pecho a lo que llamamos vulgarmente corazón. Vendería mi alma al diablo, haría brujería negra para que jamás te consumieras.
Despierto cada mañana, y mi cama está vacía, tú sigues durmiendo en mi pensamiento. Volví a morir en tus ojos y a vivir en los míos, besos de versos, versos de besos.

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