sábado, 12 de octubre de 2013

¿Me concedes este baile?

Un cristal, transparente a los demás. Un invierno interior, constante. Si llovía, llovía con ganas. Siempre frío y ella, desnuda mentalmente ante un invierno tal. Porque el desamor no es un golpe seco y fuerte, si no pequeños martillazos dados lenta y dolorosamente en el centro de tu corazón y él, intentando ser fuerte, resistiéndose a ser destrozado, crea una grandísima capa de hielo a modo de coraza. Nadie se atreve a tocarlo, creyendo que es frío, símbolo del invierno interior. Pobres ingenuos, el hielo símbolo de lo ardiente que su corazón estaba a punto de estallar. Símbolo de infierno.
Esa capa de hielo con el tiempo se fue deshaciendo, el frío iba entrando en el interior del corazón, hasta tal punto que su corazón quedó frío, frío como el hielo. Aun siendo finales de verano, su invierno estaba en pleno apogeo. No sentía el dolor ajeno. No era aquella chica de sonrisa forzada que intentaba cambiar el mundo. No sonreía, le era indiferente todo.
Tanto hacer lo correcto con gente equivocada pasó factura. Su sonrisa desapareció y el brillo de sus ojos se lo llevó las lágrimas que quemaban cada poro de su rostro.
No había alma en el mundo que conociera qué sentimientos estaban machacando su corazón. Su secreto estaba guardado entre ochenta y ocho teclas, blancas y negras. Entre sus dedos, entre las lágrimas vertidas en aquel antiguo piano.
Cada nota era un puñal clavándose en su espalda, cada puñal una lágrima que quemaba su rostro, cada lágrima iba tocando más fuerte, tanto que al final sus dedos comenzaron a sangrar tiñendo de rojo aquellas teclas, hasta tal punto que dejó de tocar, las lágrimas seguían naciendo de sus ojos, limpiando aquella sangre entre teclas.
Se miró en el reflejo de aquel negro piano, mirándose a los ojos, se limpió el ojo izquierdo tiñéndolo de rojo.
Y bailar un tango con el dolor, él lleva el paso, él te lleva donde quiere.
Y bailar en la oscuridad con quien te clava puñales en la espalda, bañando tu negro vestido en un color rojizo, haciendo que la agonía llegue a tu cabeza.
Y la muerte te dice: "¿Me concedes este baile?"

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