domingo, 27 de octubre de 2013

Sentimientos rasgados.

En la tormenta gritaba como un trueno, asustaba como un rayo. Perdida en un infinito sin nombre, podías sentir la humedad de sus lágrimas. ¿Quién era? Vestida de negro, labios carmín. Alma perfectamente cerrada, negra. Para ver la luz necesitas grietas, necesidad de rasgarle el alma. Rasgarle el corazón. Cuanto más dolor, más se cerraban sus paredes, más oscuridad, más odio. Cicatrices en el alma, sonrisa superficial, historia sin esperanza, abismos interminables.
Intentaba escribir a la vida, mientras en cada verso iba muriendo lentamente. Su literatura, su música, su pintura la pudrían el alma de una forma hermosísima. ¿Quién se iba a fijar en una bestia?
Escribía sus sentimientos en una pared blanca con tinta de su propia sangre, con lágrimas palpables. Con lágrimas de rabia. No escribía lo que ellos ya sabían, no sabían lo que ella escribía.
Música satánica, gritos suplicando ir al infierno, invocando a satán. Gestos de rock, canciones de sexo de estrellas. Calor, sudor. Ambientazo. Ahí era feliz, se dibujó una sonrisa en sus ojos, brillaban.
Afónica, tan sólo veía sombras, un escenario con símbolos satánicos en una batería, con un guitarrista que las miraba. Terminó. ¿Un simple adiós?
Las casualidades no existen. Pronto alguien la rasgó el corazón. Alguien la hizo ver que de los errores se aprende. Una casualidad mal diseñada que consiguió que entre las grietas de su corazón penetrara un poco de luz.
Alguien se estaba encargando de pintar con dulces pinceladas las estrellas de su oscuridad. Ella tenía miedo de verse reflejada en la sonrisa de sus ojos. Él la acariciaba la piel con sus versos, tan suya como cada letra que éste escribía.
Todas iban en busca del amor, a ella le atrapó y le trasladó al infierno, ardiente. Llovía, la lluvia repetía su nombre, su corazón de hielo se comenzó a derretir, las grietas le estaban matando, el hielo se rompió en dieciocho cachos que cayeron al suelo, lágrimas de dolor, lágrimas de felicidad. Podía ver la luz del camino que antes llevaba a ciegas.
A veces, tan sólo somos la pieza final del rompecabezas de otra persona.
Me gusta despertarme cada mañana sabiendo que mi sueño no ha acabado, que se perpetúa las veinticuatro horas del día.
Sus besos se adueñaron del tiempo, él escribía su historia con lágrimas de sangre, ella rasgaba sus venas para pintar en un lienzo de una pared. Ahora ella pinta con sus lágrimas y él escribe con su sangre, la misma historia, la historia que jamás finalizará.

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