martes, 1 de octubre de 2013

Una sombra brilla entre los focos.

Sentado a las orillas del mar, una noche de verano. Pensando. ¿Para qué vivimos? Las horas te van acariciando los pies, parte de las piernas, vienen y se van. Tú dibujas una fecha en la arena y la ola se la lleva, sin embargo sigues sonriendo. Te quedas mirando las estrellas, el cielo está despejado. ¿Algún día seremos tan grandes como una estrella? En ese caso. ¿Brillaremos como ella? 
Es tarde, el viento va azotando tu espalda según te vas levantando de la orilla. Caminas hacia la salida de la playa, piensas que estás solo. Que no tienes a nadie. 
Regresas a tu casa, tampoco hay nadie. Abres el piano y comienzas a tocar. Sientes que ya no estás solo, estás en compañía de lo que más te gusta. Pero aún así piensas. ¿Mi vida será esto? Una vida completamente llena de música, sí, sería una vida feliz pero, ¿sólo? 
Poca gente es la que se ajusta a mi manera de vida, a mis pensamientos y a mis ideas. Poca gente me escucha y casi ninguno me comprende. 
Pasan los días, el verano finaliza. Y como si nada, una sombra negra aparece, es tímida, no se acerca. No te habla directamente pero tu primera sensación al verla es buena. Nunca el camino correcto es el que primero tomas, antes te debes dar la hostia. Siempre es así. Ley de vida. 
Afortunadamente, esta vez, fue menor. Tan sólo una equivocación. De pronto, aquella sombra, pierde nitidez, antes brillaba con fuerza, un negro brillante, de repente, es mate, es un negro apagado, se deja de ver. Te das cuenta, y juras que jamás volverás a dejar que aquella sombra pierda su color precioso. Su brillo, aunque sea negra, su alegría. 
Todas las noches al irme a dormir pienso. ¿Y si jamás hubiera pasado aquello? 
No debemos preguntarnos cosas que no han pasado, la vida es así, ha sucedido así y así deberá ser. Gracias.

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