martes, 19 de marzo de 2019

El despertar

Para cuando desperté llevaba más tiempo de lo previsto sin verme. Aquella fría lluvia había caído sobre mí durante días erosionado todo aquello que un día consideraba mío. Veía en todas direcciones, pero no podía mirar. El agua pasaba de un lado a otro de mi cabeza por los surcos que él mismo había creado para indagar en mí. Yo me dejaba gustosamente sólo por sentir el cosquilleo; sólo por sentir. 

Era de noche y no había luz en todo el edificio, dos velas eran el único foco de luz que podía alumbrar aquella habitación de una ciudad del este. Olía a madera húmeda y vieja, a lugar olvidado. De no ser por las miles de estrellas que lucían arriba, en el cielo, podría haber prometido que aquello era el interior de un mausoleo. Pero seguía siendo mi antiguo cuarto de dibujo.

No olía a óleo ni aguarrás. Las flores que cuidaba cada semana se habían marchitado en mi ausencia, los pinceles limpios dentro de sus botes. Las pinturas ordenadas cromáticamente y los lienzos según su tamaño. Las últimas gotas de lluvia golpearon sobre mi frente haciéndose notar entre aquel silencio desgarrador; Ausencia.

Volvía a respirar, la brisa tras la lluvia dejaba entrever aquellos olores que había creído olvidar. Seguía oliendo a lugar olvidado, pero algo había cambiado en el ambiente. Un fuerte olor a aguarrás golpeó mi nuca haciendo sonar un leve gruñido.  No hay madera en esta habitación, pensé. Cuando dibujaba dejaba todo sin recoger esperando a que ella apareciese en algún momento de alta guardia y pudiéramos recrear aquella frase de Picasso. Hoy la luz de las velas me revelaba un escritorio limpio de museo.

La ausencia me rodeó con sus largos tentáculos y me hizo recordar el porqué de aquel silencio que llevaba un rato observándome tras las bambalinas de mi cuarto. Él no estaba. El terror se adueñó de mi mente por varios instantes, pero fui más inteligente que él. Cuando miras al terror a los ojos éste se desvanece jugando a ser Medusa y Perseo, solo que el viejo cuento ha recobrado sentido y todos sabemos que el héroe griego era el malo de la película. Fue entonces cuando me miré. 

En aquel cuarto del este de Europa no había madera, pero olía a lugar olvidado. Ese lugar no era más que el vacío de un cráneo por donde ahora pasaba la brisa a sus anchas creando una melodía en do menor. 

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