sábado, 12 de octubre de 2013

Mi última canción.

Sentada frente al piano, una suave melodía improvisada en la cabeza. Con los dedos de la mano derecha va intentando captar la tesitura, suavemente va haciendo sonar cada tecla del piano. Una pequeña lágrima le nace del ojo izquierdo, recorriendo los poros de su piel, quemándolos.
La melodía de su cabeza, va convirtiéndose en una larga obra. Resumiendo su vida, pasajes en los que se nota la felicidad al tocarlo, pasajes lúgubres, apagados, tan sólo está en su cabeza, no sabe cómo llevarlo al piano. ¿Contar toda una vida en una simple obra? Probablemente una obra que jamás nadie comprenderá. Nadie puede comprender la vida de otra persona. Es demasiado complejo para nuestro entender.
El brillo de sus ojos se iba poco a poco apagando, sabía que no la quedaba mucho.
De repente, la melodía que tan sólo existía en su cabeza, cobró sentido en el piano. Cogió un papel pautado y pasó horas y horas frente al piano escribiendo, tocando.
Finalizó la obra. Podía tocarla de una vez.
Tenía miedo a tocarla pues viejos recuerdos la vendrían a la mente, más intensos que cuando la iba escribiendo.
Lágrimas surgen en sus ojos como en el obrón Lacrimosa de Mozart.
Apenas podía seguir tocando, no tenía fuerzas. Se le cerraban los ojos, luchaba entre vida y muerte, seguía tocando.
De pronto sus ojos se cerraron, apoyando su cabeza sobre las teclas del piano.
Morir tocando el piano.
Su obra fue encontrada y ahora es tocada por los mejores pianistas del mundo. Ellos sin derramar ni una sola lágrima al tocarla.
Nadie jamás comprenderá el sentimiento de dicha obra.

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