domingo, 6 de octubre de 2013

Entre tinieblas un punto de luz guía el camino.

Y dejé de malgastar mis versos en rimas asonantes que rimaran con tu nombre. Y dejé de pensar en tu recuerdo. Hubo un día que un sueño me despertó de la realidad. Abrí los ojos y miré al frente. ¿Qué es esto? Agaché cabeza y fui paseando por aquellas calles lúgubres mientras la noche caía. Soledad.
Mi mente en blanco, el mundo en negro. El día dejó de existir, sólo había oscuridad.
Nadie por las calles, gente en sus casas. Tan sólo se dejaban ver tenues sombras entre la oscuridad, eran grises, apagadas. Caminaban cabizbajos arrastrando los pies por el asfalto de la carretera.
Me recordaba a las películas ambientadas en el Londres de mil ochocientos.
Las farolas apenas alumbraban, eran intermitentes.
La gente de aquel lugar anhelaba volver a ver brillar el Sol, pero incluso éste se había apagado. La noche seguía cayendo, invadiendo todo de oscuridad y temor.
Tumbada en la carretera mirando las estrellas. ¿Qué estrellas? Todas habían muerto. Estaba mirando a la nada. Sin un lugar donde dormir, ni un lugar donde ir, seguía caminando por aquel lugar, sin rumbo.
Y me di cuenta que yo había comenzado a ser parte de aquellas sombras que caminaban arrastrando su cuerpo. Era una más. Dejé de brillar y me apagué cual estrella en el momento de su muerte, sin explotar. Una más en este triste y oscuro mundo, ¿no podía hacer nada?
Incluso mis pensamientos eran en blanco y negro, me era imposible imaginar cualquier otro color.
Esto era lo que los ignorantes llamaban "Infierno" donde un "Dios" maligno gobernaba el subsuelo. Quien nos castigaba por los malos actos, quien nos condenó a vivir en la oscuridad y tristeza toda la eternidad.
Sentada en un borde de la calle pensando, ¿había solución? Y un segundo después todo recobró sentido. Los versos volvieron a surgir en mi pensamiento y su nombre seguía desaparecido.
Dejé de ser una simple sombra entre la gente y la estrella que había muerto volvió a brillar, pero ¿De qué servía? Estaba sola.
Uno jamás está solo, siempre habrá alguien dispuesto a darlo todo. Alguien que complete los versos que tú escribes, alguien a quien vayan dirigidos. Alguien que consiga que tu corazón deje de ser tan sólo hielo. Que vuelva a arder.
La noche caía y se dejó de ver la calle. Solo oscuridad. Soledad.
Y de repente entre la oscuridad un punto luminoso surgió, pequeño y se acercaba a mi.
A medida que se acercaba iba siendo más y más grande, hasta tomar el tamaño de una persona.
Frente a frente, poca más altura que yo, unos diez centímetros, era la figura de un apuesto chico, cabello más o menos largo, vestía de negro e iba tarareando una canción. Al mirarme su voz se calló. Sé quedó mirándome a los ojos y sólo dijo: "No estás sola, aquí estoy" pero no salió palabra alguna de su boca, quien hablaba era su corazón. Un corazón hecho de oro que desprendía luz en su pecho. De ahí venía su luminosidad.
Me ofreció su mano y desde aquel día, la luz que desprende su corazón me guía por estas tierras frías, secas y oscuras. Dejándome ver qué hay más allá de mi nariz. Y prometiéndome que algún día, el Sol volverá a vivir. Que el pasado se olvidará. Y algún día, las personas volverán a salir de sus casas con una sonrisa entre los dientes. La misma que se dibujó en su cara al darle la mano.

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