miércoles, 11 de diciembre de 2013

Soledad compartida.

Oscuridad, la Luna escondida tras un edificio, aún se podía ver el resplandor blanco asomando.
Podía mirarle y ver el brillo de sus ojos reflejado en su sonrisa, sus ombligos desnudos podían besarse.
La necesidad de que sus labios colisionaran, se fusionaran. La necesidad de agarrarle por la piel y juntarle cada vez más.
Falta de oxígeno en el callejón, ¿necesario? ¿Quién quiere respirar si tiene el aire que sale de su boca para vivir? 
Respiraciones por la boca, a dos centímetros, rozando su cuello. Sus manos por dentro de la camiseta, en su cintura desnuda.
Gastar sus últimas gotas de oxígeno en los "te quiero" ahogados que salen de una boca y se adentran en la otra.
El rozar de sus manos dibujando espirales en la espalda, sonrisa de oír cómo la gente al pasar frente a ellos baja el volumen de sus conversaciones y vuelve a subir al final de la calle, el frío en ellos no existe. La sangre arde por dentro, calentando exteriormente sus cuerpos.

Y pensar que todo comenzó en soledad. Dos almas grises manchadas de sangre de pasado. Heridas en carne viva que no cicatrizaban. Un día, sólo uno, se taparon las heridas con vendas para que el aire, cargado de alcohol no penetrara en ellas y doliera. 
Entre oscuridad y gritos con sabor a rock, guitarras eléctricas y canciones satánicas dos miradas se cruzaron pero desviadas por el ambiente quedaron en el olvido, no mucho tiempo.
Por una mera casualidad esas miradas volvieron a cruzarse. ¿Y ahora? 
Una soledad compartida, soledad de dos. Soledad que permanecerá así hasta el fin de sus días. 
Porque un juramento inquebrantable si se incumple se paga con la muerte.

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