sábado, 23 de noviembre de 2013

Arrancar páginas con los dientes.

Tras la ventana oscuridad, tras la puerta un infierno y tras sus ojos un océano. Mirar a través de ellos, pequeños en su tamaño, el verde y el marrón se entrelazan.
Si nuestra vida fuéramos nosotros y no nosotros y los demás, si la vida fuera soledad, ¿qué ocurriría? Dicen que somos una insociable sociabilidad, ¿podemos vivir sin nadie? Todo quedaría ahogado en un sueño, en una represión de la libertad, sin nadie, ¿qué podrías soñar? Soledad.

Un instrumento tiene alma, sentimientos que te transmite su sonido, lloras, ríes, sufres con él mientras lo tocas. Frotas sus cuerdas, pulsas sus teclas, soplas su boquilla, es igual.
Todo tiene alma, tan sólo es una interpretación.
Y entonces, el soñar, el interpretar que algo tiene alma para sobrellevar la soledad, nos vuelve a convertir en alguien sociable.
Nadie jamás está solo, siempre alguien ofrece su hombro para que tú llores en él. Más alto, más bajo, más robusto o más flaco, con cabello cayendo de él o corto, pero ahí está.

Afrontar la oscuridad, caminar a ciegas. Desnudarse ante el infierno para no pasar calor y bañar tus ojos en su océano. Beber de su sangre para sentir su cuerpo en el tuyo, destrozar su pasado para crear un nuevo presente, romper las páginas de su biografía anterior y regalarle un libro donde ponga "Desde Septiembre de dos mil trece"

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