domingo, 29 de septiembre de 2013

Casualidades.

Una mañana fría de otoño. Ella, como siempre llevaba a la espalda su violoncello, su cabello castaño oscuro le caía cuidadosamente sobre su hombro derecho. Vestía con un gorro de lana beige y con un abrigo largo de color militar. Iba caminando por una calle parisina, la solían llamar la calle de los pintores. Pues muchos artistas se sentaban en esa calle a dibujar y pintar los bellísimos paisajes parisinos.
Sonaba una obra mientras que caminaba por allí, reconoció el sonido de un acordeón. Aquella melodía le resultaba familiar, de una película tal vez. Era La Valse d' Amèlie, su película francesa favorita, sin contar con Les Choristes, claro. El día estaba nublado, algo muy propio allí. En principio no tenía una dirección concreta, tan sólo iba caminando por allí por placer. Se la ocurrió ponerse a tocar en algún rincón de la ciudad, no por dinero, si no por ocio.
Caminó hasta la torre Eiffel. Bajo ella, unos campos verdes, verdes preciosos recorrían todo su perímetro. Bajo ella, en un pequeño banco, se sentó. abrió la funda de metal color amarillo que contenía su instrumento y lo sacó, cogió el arco y comenzó a tocar.
Nota tras nota iban saliendo del chocar el arco con las cuerdas, una melodía preciosa, la gente se paraba a mirar, a veces se quedaban un rato hasta que terminaba la obra y aplaudían. Otros se la quedaban mirando y niños pequeños se acercaban a ella a ver cómo tocaba.
De repente, levantó la mirada de su instrumento y vio que había un joven observándola, un chico de más o menos su edad, año arriba año abajo. Moreno, bajito, vestido de negro. Miraba cómo tocaba.
Ella no le prestó mucha atención y siguió tocando.
El cielo se cerró aún más. Las nubes eran negras carbón. Un trueno resonó y pocos minutos después comenzó a llover.
Ella guardó corriendo el instrumento y salió corriendo. Sus zapatos iban mojados hasta tal punto que  sus calcetines por dentro se mojaron también.
Llegó a un bar, antes de entrar, intentó secarse un poco con las mangas de su abrigo, aunque no sirvió de mucho. Entró en el bar y pidió un chocolate caliente. Se sentó en una mesa para dos personas que había al final del bar. Dejó su instrumento al lado suyo y esperó a que la trajeran el chocolate.
A los pocos minutos la puerta del bar se abrió, entró un chico, calado hasta los pies, con una sudadera negra y zapatos marrones. Ella creía haberle visto antes, hasta que se dio cuenta de que era el chico que hacía una escasa hora estaba viendo cómo tocaba.
Fue hasta la barra y ella oyó cómo pedía una cerveza a la camarera. El chico se dio media vuelta y la vio, ella sonrió, qué mínimo, si le había visto antes.
Se acercó a ella. -Perdón. -Dijo. ¿Puedo sentarme con usted? Ella levantó la vista hacia él, le sonrió y le dijo que se sentara.
Comenzaron a hablar, él no paraba de halagarle de lo bien que interpretó aquella obra bajo la torre Eiffel. Él también era músico. Aunque no de conservatorio, a lo que ella le respondió "Ser músico se siente, no se es" Siguieron hablando durante horas, se acababan de conocer, pero ella notaba que había algo entre ellos. No sabía el qué. Pero le parecía que él era muy similar a ella. En forma de ser. Tras hablar con él durante un par de horas en aquel bar, descubrió que tenían miles de puntos en común, algo muy inusual, pues hasta su mejor amiga no coincidía en casi nada con ella. Le resultó extraño.
Pasaron los días, y siguieron quedando a la misma hora, cada día en el mismo bar. Pidiendo lo mismo, en la misma mesa.
Y a los pocos días, se dieron cuenta de que ambos eran prácticamente, almas gemelas.
Todo surgió por una casualidad, ¿destino? Tal vez.

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