martes, 25 de febrero de 2014

El cuadro de una pintura.

Mi habitación manchada de pintura, se siente artista un día de lluvia. Las gotas de lluvia pintan las ventanas de un tono transparente y a la vez opaco. Guardan en su interior, cada una de ellas, todos esos recuerdos olvidados que un día dejaron de hibernar en nuestras mentes. Mirar a través de una gota y ver lo que hay detrás de ella como una lupa. No darse cuenta de cuánto puede llegar a significar.
Las paredes ennegrecidas por el odio se dejan pintar por colores vivos, mezclándose unos con otros, formando un color igual de oscuro que la capa manchada.
El suelo está salpicado de amarillo y azul, los pinceles ruedan por el suelo y hay algún lienzo, tras éstos, la cordura está aterrorizada viendo cómo se está destrozando todo.
Tal vez no esté nada destrozado, todo está en una armonía aparentemente desordenada, pero para su individuo, todo está en perfecto orden.

La pintura se va gastando, las manchas surcan la pared de arriba a abajo y van dejando la marca seca de donde allí se mezclaron.
Las ventanas se abren y dejan entrar la melancolía y la tristeza a bañar el suelo.  Las gotas de lluvia caen y mojan el suelo encharcado. La pintura y el agua de la lluvia se mezcla y se vuelve un color aguado. La rabia y la melancolía, una dura lucha entre ambos sentimientos, acabando en un cataclismo.
Llega la tormenta e inunda la sala, la pintura desaparece y solo quedan los restos de lo que allí fue una explosión de color, colores vivos que se apagaron al fundirse entre ellos, ahora no queda nada.
Cenizas.

Tras la tormenta, llega la calma y el sol brilla en lo alto, secando con su calor cada esquina, cada rincón.
La tristeza se evapora y vuelve de nuevo a las nubes, donde en otra habitación descargará mañana sus lágrimas.
De hogar en hogar la tristeza deja caer sus gotas, cual lluvia, necesaria. Necesario amainar la rabia y romper a llorar, que todo individuo necesita.
Que la rabia sólo es la impotencia de no querer llorar pero notar aflorar las lágrimas en los ojos, brillantes del reflejo del agua y el sol al que miras, intentando ver que más allá de tu tristeza. La soledad de un dios que permanece ardiendo, por los siglos de los siglos.

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