jueves, 20 de febrero de 2014

Cicatrices internas.

Desangrándose. 
Muriendo poco a poco, el corazón se me resbalaba de las manos, agotado. Cansado de no haber aprendido a cicatrizar sus más profundas heridas, sus lazos pobremente cosidos con una aguja al rededor de las heridas se habían roto, escupía sangre.

Muriéndose.
Su voz se oía pálida; sus ojos se veían negros y su tacto se sentía ausente. Encharcado de sangre, intentaba moverse por el suelo, intentando coger de nuevo el sedal, sin anestesia, aunque doliera, intentar volver a coser sus heridas. Apaleado, casi asesinado, agotado y entristecido. Aún tenía un poco más de fuerzas para luchar por la poca vida que aún le quedaba.

Agotándose.
Las agujas del reloj cada vez iban más lento, el tiempo se paraba y sus ojos se cerraban. Ya no había fuerzas, ni ganas. Esperaba que alguien llamara a la puerta.

No quedaba nada, las últimas gotas estaban por caer, resbalándose, el reguero de sangre se extendía a lo largo de todo el suelo, enfermizo, con su tacto pálido y mortuorio, comenzaba a caer el día.
Sus ojos se habían cerrado.
El tiempo agotándose; tres, dos...

Vuelve a abrir los ojos, está en el suelo y éste está intacto, su cuerpo late, bumbum, bumbum. Vota en el suelo y, sorprendentemente, sus heridas están perfectamente cosidas con un lazo rojo, para que no se note. 
A su lado, al girarse, encuentra otro ser como él, atado, bastante vacío, late con fuerza para recuperar la sangre perdida, están atados, unidos.

-Disculpa, ¿qué ha ocurrido? 
-No te preocupes, soy tu ángel de la guarda, cosí tus heridas con mi lazo, deshilaché mis heridas y ahora intento recuperar la sangre que te he dado para que vivas. Pero necesito vivir a tu lado, el brillo de tus negros ojos me ha enamorado. 

Gracias por coserme a ti, por coser las heridas internas de mi corazón, por arriesgarte por mi; por todo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario