domingo, 5 de enero de 2014

Trasplante.

Tal vez, mi único problema sea el miedo.
Miedo a las personas. Pocas personas he conocido que sean buenas, quizá una o dos.
Vivo bajo las sábanas de mi cama, escondiendo en ellas los monstruos que habitan donde en su día, un corazón latiendo estuvo.
No tengo mucho que ofrecer, pues corazón no existe en mi cuerpo y mi mente no se ajusta del todo a la época actual.
No tengo muchos amigos, se han ido alejando. En cierta manera lo agradezco, menos probabilidad de que una lágrima mía se suicide arrojándose por mi cuerpo desde su ventana, mis ojos.
Disculpad mi manera de ser, sé que no es la de antes. Lo he notado hasta yo. Pero la culpa no reside en mi, si no en quien arrancó a sangre fría un pequeño corazón que había en mi pecho.
Ese hecho hizo que en el mundo en que aún vivo no me sintiera segura, y cierto es. No me siento "en casa" no es un lugar seguro.
Hay demasiada maldad aquí, demasiado odio, envidia, rencor. No es un lugar donde ser feliz. Qué suerte tenéis los que aún así, tenéis una felicidad plena, os envidio.

Hasta hace poco, de vez en cuando intentaba esbozar una pequeña sonrisa, no de mucho gusto para los demás, pues alguna vacilada ha salido de bocas ajenas acerca de mi sonrisa. Pero qué importancia tiene eso en un momento como este.
Hace poco, conocí un individuo de gran corazón, de gran mentalidad y que carecía de odio, maldad y rencor. Una persona de verdad.
Algo comenzó a nacer en mi interior. Estómago, pensé. A lo que suelen llamar mariposas. ¿Algo vivo en mi interior? Qué novedad, decía yo.
La verdad, ni mariposas, ni ningún animal dotado de alas revoloteaba en mi interior.
¿Qué era? Alguien me había dado un trozo de corazón y lo había posado en el hueco donde en su día, el mío residió.
No estaba el corazón al completo, tan sólo la mitad. Pero curiosamente, mi cuerpo lo aceptó, pude seguir viviendo. Y me preguntaba, ¿la otra mitad? A los pocos días obtuve respuesta.
Desde hace casi cuatro meses tengo su corazón en el lugar del mío, él tiene la otra mitad.

Decir, que somos uno. La unidad, y en soledad compartida. No, no tengo a nadie al otro lado de mi cuerpo agarrándome la mano derecha que libre queda. Pero él me dio esa mano y una cúpula surgió, dejando el mundo fuera y nuestro, su corazón dentro.

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