lunes, 28 de enero de 2013

Esos ojos.

Parecía que estaba dando lugar al final de la tarde, el ocaso ya se veía aparecer detrás de los techos de las casas. Parecía que el frío poco a poco iba entrelazándose en los dedos de la mano, entre las piernas, los brazos y abrazándome con sus fríos brazos. Pero era un frío distinto, un frío acogedor, como si yo no quisiera que se desprendiera de mi. Entre las luces del camino, los charcos de lluvia que aún permanecían en el suelo después de aquella noche lloviendo, todo parecía demasiado tranquilo. Hasta que un par de ojos, un par de hermosísimos ojos aparecieron entre las ramas de los bajos árboles que estaban entre el camino aquella tarde. Apenas se podía distinguir el color, pero era un color brillante, caluroso y cercano. Como si esos ojos ya los hubiera visto en algún lugar antes, quien sabe, no podía pensar en ese momento, el frío me había dejado tan helada, y ver esos ojos ahí, no sabía qué hacer. De repente esos ojos desaparecieron, el frío se fue, y llegó la noche, una noche estrellada, calurosa que a penas pude dormir, intentando poner cara a ese par de ojos que había visto anteriormente, quien sabe de quien serán, qué hacían ahí.

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