Tu cigarro en la mano derecha, el humo se esfuma entre la noche y quiere llegar a lo más alto de las estrellas. Sentado, como siempre en un banco donde se ve el mar alumbrado por el pequeño faro, los cascos al cuello y su reproductor encendido, se oye una canción conocida de metal. Tu camiseta y sus convers negras, tu cabello negro y tus ojos marrones.
Incapaz aún de poder meterme en tu mente y ver a través de ella como si fuera un mar cristalino. Tu mente repleta de humo y paredes negras.
Te miro desde la ventana de mi habitación, como cada noche. Comienzan las frías noches de Agosto y tu sigues saliendo en manga corta, desde Mayo.
Y aún no sé quien eres, ni como te llamas. No sé tu edad ni tu color favorito. Pero me gusta mirarte desde mi ventana cada noche que sales a fumar.
Sé que nuestras habitaciones se ven entre sí, pero tus cortinas siempre están cerradas y mi otra ventana da a tu escondite nocturno. Comienzo a fantasear con tu sonrisa en mi almohada, tus convers en mi alfombra y tus manos en mi espalda.
Sigo sumergida en mi mente y tú te levantas, apagas el cigarro y una ola de aire te levanta el costado de tu camiseta, tienes tatuado algo.
Utilizaron de lienzo tu piel, pero no unos dedos para pintar. Agujas.
Cierro la ventana y bajo la persiana, quizá sea hora ya de dormir una noche más soñando con el día que tus ojos e claven en mi rostro. Camino para bajar la otra persiana y una luz se enciende en la habitación de la casa de al lado, puedo ver tus ojos brillando a través del cristal, me hago la distraida y mis mejillas se enrojecen.
Me miras, sonríes y saludas como si me conocieras.
Sonrío y me tiembla la pierna izquierda, apagas la luz. Son las doce y media, quizá sea hora de dormir.
Una noche más que te miro desde mi ventana fumar.
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