miércoles, 16 de julio de 2014

Tras la tormenta siempre llega la calma.

Fuiste tan tormenta, y me gustan tanto que olvidé que los rayos son peligrosos. Me envolviste en tu lluvia y acabé empapada de tu olor. Sabías lo mucho que me gustaba y dejé que destrozaras e inundaras todo a mi alrededor.

Es peligroso salir de casa en días de tormenta.

Tras la tormenta llega la calma, y ella rodeada de sol y brisa. Reposada y seria, dejándome leer mientras fuera llueve. Me abraza tapándome como una manta, da calor.
Olvidé lo que era reavivar el fuego a su máximo potencial. Me acabó gustando.

Y no hay nada más peligroso que salir de casa cuando hay tormenta, puede acabar gustándote y salir mal parada. Ahogada.

Fuiste tan tormenta que quise ser cada rayo que salía cuando frotabas tus manos, quise ser el golpear de las palmas para crear los truenos. Quise fundirme en ti.

Recordé, que quien me arropaba por las noches, quien me daba el beso de buenos días, quien podía entrar en casa sin mojarla, sin crear cortocircuitos, quien podía dormir abrazado a mi. La calma, la tranquilidad.
Recordé que eres tú quien me dijo un te quiero sincero, de corazón. No como los que vuelan entre el viento, escondidos y se dejan caer a los pies de la gente pensando que alguien se lo dice de corazón y no es cierto.
Me tumbé en la cama y me dejé arropar por tu calor, viendo cómo la tormenta se alejaba de mi ventana yendo a otro balcón.


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