miércoles, 19 de marzo de 2014

Siglos adelante.

Un cruce de miradas, el simple vuelo de las palabras. Una calada y su humo se evapora, un adiós y los cuerpos giran en direcciones opuestas. El momento del día en que sale el sol a despertar al más dormilón. La noche, cuando la luna se pone tacones de aguja y se carda el pelo, como todos los días.

Me pregunto qué pensarán mis ojos cuando se cierran al besar; mis labios al verte aparecer.
La vida es un recuerdo, como un libro.

Jamás debemos juzgar un libro por sus tapas.
Viejo, destrozado, con las páginas débilmente cosidas y amarillentas. En la portada no pone nada, es burdeos. Carcomida por el tiempo; polvo.
Escondido entre los miles de libros nuevos, relucientes de la estantería. Es muy gordo, tiene mucho escrito en él, incluso notas a lápiz en sus márgenes. Nadie sabe dónde clasificarlo, sin título y nadie se ha dignado a leerlo.
Más de una vez lo han querido tirar a la basura pero, es un libro. Es importante, decían.

Y la gente lo veía al pasar para coger un libro, lo veía y pocos se adentraban a mirar qué había dentro. Lo trasladaban constantemente de sitio, un estorbo para los demás.

Quien sabe los secretos que puede guardar un viejo libro polvoriento.

No os voy a deleitar con dulces versos de amor, ni con romances de Romeo y Julieta. Sólo un desahogo de la vida de un anónimo cualquiera.

Así comenzaba, no recuerdo cuantas páginas tenía.
Sin título, sin autor, sin el nombre de los personajes. Quizá real, quizá inventada. Quizá fue el desahogo de alguien que intentó poner cordura a un tramo de su vida, un parón en seco en tiempos de guerra.

Y que las ventanas de un sangriento corazón se cerraron para que la tormenta no amenazara en su interior. Apagó las luces, bajó las persianas, se metió bajo las sábanas y espero a que amainara.

Curiosidad por la historia.
No debemos juzgar un libro por sus tapas.


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