domingo, 9 de marzo de 2014

La vida de una obra.

La vida es como una obra para orquesta y piano. En ella interacciona toda la orquesta, pero el protagonista siempre es el piano; tú.
Una sinfonía, bonitos pasajes, se hacen llevaderos y amenos, pero son complicados de aprender a tocar. Sin embargo, los pasajes más lúgubres, lentos, apagados, en ocasiones son más fáciles de aprender, pero no siempre. Se hacen largos al tocarlos, al oído.
A veces, nuestra obra está escrita en Sol mayor. Amena, bonita, pero siempre aparece su dominante, modulando y a veces lo lleva al relativo menor, tiene pasajes lúgubres y otros en tensión esperando al gran final. El final del primer movimiento.
Otras sin embargo, están escritas en un modo menor, son lentas y apagadas, trasmiten tristeza, tienen varios bemoles en su armadura, o sostenidos que parecen engañar a quien lo ve desde fuera, hasta que la obra comienza. Lento al oído, aún así, desde fuera la pieza se disfruta por su toque lento y melancólico.

Mi obra, escrita en La menor,
carece de alteraciones en su inicio,
siento cada gota de sentimiento,
recorrer cada nota que presiono,
al tocar.

Es apagada, lenta y melancólica,
preciosa al oído cuando es tocada,
cada día, cada instante,
repleta de violines que acompañan,
la suave melodía principal.

Las apariencias engañan. Hasta al más sabio de los músicos, cuando oye una obra jamás escuchada, el oído puede traicionarle. No, no digamos oído, digamos mente. Asociamos tristeza con modos menores y felicidad a los mayores. No es fallo de la persona, está establecido así, incorrectamente.
Recuerdo haber escuchado una vez, el Vals triste de Sibelius, la verdad, es bastante ameno al oído, parecía bonito. Al escucharlo no comprendía el porqué de su título. Ahora sí.
Va dirigido a su madre, su luz se iba apagando poco a poco, ella decía que su marido, ya fallecido iba a sacarle a bailar aquel Vals que bailaban cuando eran jóvenes, ella en momentos de agonía su mente le recordaba bonitos recuerdos pasados y ella, creía que eran reales. Y sí, al final bailó el Vals, pero no con su marido; con la muerte.
Es un pequeño ejemplo de que las apariencias engañan, hasta en algo tan simple como una obra.
El mal llamado "Claro de Luna" de  Beethoven, todos hemos creído que era una obra de amor no correspondido y de ahí su toque melancólico. Sí, y tan melancólico, era una carta de suicidio. A sus veintiocho años de edad quiso suicidarse por su sordera, ¿quién iba a querer un músico sordo? Y sin oído, compuso mi obra favorita. Impresionante.

La vida, como una obra que jamás podremos estrenar en un gran auditorio.
Se compone día a día, me pregunto en qué pasaje de qué movimiento me encontraré.

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