lunes, 1 de septiembre de 2014

trescientos sesenta días.

Nunca será tarde para ti.
Las siete menos veinte, sin gafas
con miles de canciones
a la espalda.

Pararía los trenes solo para esperar a tu llegada,
pero sé que si llegas tarde,
vuelas.
Aún no lo sabía.

Una hora, un zumo,
una terraza cualquiera.
Tenía una hora, nada más.
Nada menos.

Esperaba más sin saberlo,
sabía que no pasaría, sabía que era imposible.
Pasó y lo evité.
Sin querer.

Qué tonta de mí.

¿Quién fue el tonto que dijo que los opuestos se atraen?
¿Quién desconfió de las almas gemelas?

Yo.

En cinco días hace trescientos sesenta y cinco,
sería el día.
En que una estrella nacería en el cielo
con tu nombre grabado.

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