miércoles, 6 de agosto de 2014

El banco de enfrente.

Y miraba desde la ventana a un chico fumar, mirando las estrellas. Como cada noche.
El chico de la ventana de enfrente, el chico sin nombre. Él no sabía de su existencia, aquel chico de camiseta negra y convers a juego.
Apoyada en la ventana con las luces apagadas, observando cómo miraba su cigarro a medio encender, viendo cómo el humo se escapaba entre la brisa que provocaban las olas.

Quiso retratarle en uno de sus lienzos, mancharlo completamente de negro y dibujar su silueta con el humo desapareciendo entre la oscuridad.
Los pinceles en el moño y las gafas bajo las cejas, un lienzo prácticamente negro, donde se notaba la presencia de su figura.
Quizá se recreara su propia historia cada noche al verle sentado. Imaginando que se conocerían y en un tiempo se sentarían los dos, apoyada en su hombro viendo cómo cae la noche.

Se fue, ni una luz hacia el mar, sólo la lejana y parpadeante luz del faro. Hora de irse a dormir.

Corrió la cortina y fue a la otra, vio que la luz de la habitación de enfrente se encendía. Él. Su rostro en el cristal, se hizo la loca, empezó a mirar el móvil nerviosa y miró al cristal. La luz ya estaba apagada.

<Eres idiota, tía>

Y quizá, el mayor contacto que tendría con sus ojos sería imaginárselos en sus sueños, como cada noche. Y quizá, llegaría el día en que destino jugara sus cartas y los cruzara.

O simplemente aparecer una noche en aquel banco de enfrente de sus casas.

Tal vez no nos hayamos dado cuenta, tal vez seamos ciegos y no sepamos que, destino tiene nuestro nombre y apellidos.

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