viernes, 16 de noviembre de 2012

Aunque no te vea, estás ahí, conmigo.

Estaba sola, en aquella mansión que tantos recuerdos me traía. Pero ahora estaba distinta, algo había pasado en esa casa. Estaba sombría, apagada, negruzca a causa del humo de la chimenea. Nada más entrar, no podía ni reconocerlo, todo estaba lleno de polvo, intenté encender una bombilla, pero la luz no iba. Cogí un candelabro y fui al piso de arriba, donde estaban las habitaciones, pero en lugar de eso encontré un pasillo, con las puertas caídas, y unas gotas de sangre en el suelo. La mente se me paralizó, no sabía que pensar, ¿Seguir el reguero de sangre? ¿Salir corriendo? No, la curiosidad me estaba matando, necesitaba ver qué había detrás de esa casa. Antes, cuando yo era pequeña esta mansión estaba llena de vida, había glamurosas fiestas todos los meses, donde la gente bailaba en el gran recibidor de la casa, pero ahora, todo tirado, y aún siguen las copas y las botellas de vino en la magistral mesa, lleno de polvo y recuerdos. Continué siguiendo esas pequeñas gotas de sangre por el pasillo del ala sur del piso de arriba y me llevaron hasta una habitación con una puerta cerrada. Tenía miedo de abrirla, a saber qué me encontraría ahí. ¿Un cadáver? ¿El fantasma de mi bisabuela? ¿Un asesino en serie? Extendí la mano para girar el pomo polvoriento de la puerta pero de repente, comenzó a sonar una canción, una canción que me resultaba muy familiar, era esa melodía que mi bisabuela me enseñó a tocar al piano con sólo tres añitos. De repente, lo recordé. Ella había muerto en esta casa, la habían asesinado aquí, y según me contaron, murió en la sala del piano. Se me paralizó todo el cuerpo, no quería abrir la puerta, no sabía que me podía encontrar, pero a la vez, necesitaba abrirla, necesitaba verla por última vez, sabía que era ella, ella estaba tocando esa melodía, no podía ser otra. Rápidamente giré el pomo de la puerta y la abrí lentamente, por si había alguien ahí dentro, no saliera corriendo, no veía nada a simple vista, tenía que adentrarme en la lúgubre estancia. Fui poco a poco, hasta llegar el piano, la melodía iba sonando cada vez más fuerte, cuando me acerqué lo suficiente, vi que aquel piano de cola steinway blanco como la nieve, estaba sonando solo, pero curiosamente estaba lleno de sangre, no había más en toda la sala. Sabía que era ella, ella estaba ahí. Puse la mano encima del piano y un escalofrío me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies, era ella. Sí, mi bisabuela estaba ahí, conmigo, aunque no la pudiera ver. Aún te echo muchísimo de menos, me gusta tocar esa canción y acordarme de cuando me la enseñaste, te echo de menos.

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