lunes, 2 de febrero de 2015

Quiero escribirte una poesía.

¿Sabes? Tengo ganas de escribirte algo.
No sé el qué.

Tus clavículas, las cuales podría llenarlas de agua y beber de ellas sin derramar ni una sola gota, de las cuales me puedo agarrar para coger impulso y subir hacia ti, en horizontal.
Tu espalda, pintaría mil cuadros sobre ella, los borraría una y otra vez y volvería a empezar. Recorrerla de arriba a abajo, de abajo a arriba. A besos.
Tus cejas, rectas. Cuando intentabas arquearlas aquel miércoles dieciocho. Aún no sabía que sería tu niña horas más tarde, ni que intentarías besarme al despedirme.

¿Cuantos cortes de pelo hemos vivido juntos? 502 días juntos. Más de veinte siestas y un rodillazo en la nariz.
Más de dieciseis periodos, cinco o seis, o veinte lloreras.
Santander, Madrid.

No recuerdo cuántos lápices he gastado desde que te conozco, desde que me preguntaste si eras tú el chico que me gustaba. Y desde entonces. Me pediste salir este Viernes con una cerveza y un billar. No sonaba Poison pero qué más daba la música y eras tú quien hacía cantar las mariposas.

Y escribo esto mientras miro mi calendario y veo lo mal que salgo en la foto que toca al mes de Febrero, pero tú te empeñaste en escoger fotos graciosas, y qué mal salgo. Y qué bien sales tú, jodío.
Y me cansé de escribirte poemas de amor, escribir a la poesía es bonito durante un tiempo. Pero poesía, ya conoces mi criterio hacia ti, eres tan bonita como el día dieciocho de septiembre de hace dos años. Poesía tiene nombre y apellidos y la idolatro con él o sin él, con su edad o con sus tapas. Poesía eres tú, como decía Bécquer.
Poesía son tus cejas, tu sonrisa o tu seriedad cuando en horizontal intentas bailar conmigo.
Poesía son nuestros despertares en Santander.
Poesía eres tú, como Julia Espín.

Poesía es cuando tus piernas tiemblan por debajo de las mías, desnudas.

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