lunes, 17 de noviembre de 2014

Catorce.

Aún martilleaba el sonido de la batería en mis oídos, pitaban. 
Quizá no era de eso.
Coldplay a oscuras al finalizar una película y un triángulo en una púa al cuello.
Que invierno es más bonito con una manta y viendo películas.
Nunca dijimos nada de San Valentín pero,
cuando regalas un libro regalas un trocito de tu alma en él.
Muchos callejones se entrecruzaban y en cada uno aún está la marca,
de mis manos apoyadas. 
Que siempre nos gustó la oscuridad, y no recuerdo que hiciera frío. 
Dos días en una ciudad que no era la mía, 
sin embargo la recordaba tal y como era, cuando era pequeña.
Un salón donde veías todo el Cantábrico mientras veías una película. 
y el primer baño del año, en plena semana santa. 
En las buenas, en las malas y en las regulares. 
Que dijimos de irnos a Madrid, y fuimos tres veces.
Que casi te ahogas en el mar de risa cuando me caí en la tabla de surf,
cuando intentaba montar una ola y apenas me mantenía de rodillas.
Que los paseos hacia el faro por la noche son geniales,
que dejamos huella por las ciudades donde vamos. 
Que no son uno ni dos, que son catorce meses.
Catorce.
Un montón de conciertos, de tardes, de cosas que contar,
una caja de recuerdos donde guardo pedazos de ti.
Donde en cada pared está la marca de tus manos
de tu sonrisa, de tu piel.
Que podría delinear una constelación por tus pecas,
podría decirte en qué galaxia estamos.
Y taparnos para dormir la siesta, y calentarnos los pies,
porque es invierno, y yo me destemplo.
Porque hay películas que tienen más fondo que el simple argumento,
que algún día contaremos esto.
Por ahora son catorce meses, y los muchísimos que nos faltan.
Y es la reencarnación de otra historia, y esperemos que nunca acabe.

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