domingo, 9 de septiembre de 2018

Untitled

Prometí que jamás volvería dejar entrar a nadie dentro de mí. El interior de un antiguo estudio de pintura con las luces apagadas y siempre en el anochecer. Aquí hace frío para que la pintura pueda secar, siempre huele a disolvente y aceites. Un lugar inhóspito donde me quedaba tumbada en el suelo oyendo los grillos cantar en verano, las personas correr en el exterior cuando llueve y sentir las gotas de agua golpear en los cristales de este caparazón oscuro.
Prometí quedarme sola hasta conseguir poner todo en su sitio, conocer quién es la persona que aquí duerme cada noche con dos mantas y y una almohada; la chica que aparecía en el reflejo de los cristales cuando se desempañaban de la lluvia.
Pero nunca puedes prometer al futuro, porque de pronto alguien entra sin llamar a la puerta y tú le ofreces un té. No sabes ni cómo ni cuando ha llegado hasta aquí y tú no has hecho nada para impedirlo, pero comienza a hacer calor en este estudio a oscuras. Deja de ser invierno y aunque fuera sigue lloviendo ya no eres tú la que mira las gotas caer sobre el cristal, es alguien nuevo que en silencio te observa con unos ojos que sonríen. Unos ojos oscuros que no puedes leer, pero quieres besar cada uno de los surcos que forman sus arrugas al sonreír.
Y no, no sé cómo has llegado hasta aquí y no has decidido salir por la puerta. Puerta que sigue abierta desde el día que decidiste entrar y quedarte las noches conmigo, contándome historias que todavía no han sucedido y quizá nunca sucedan; o sí. Acurrucándome en tu pecho y mirándote desde abajo esperando a cruzar las miradas y verme a través de tus pupilas oscuras.
Ojalá te quedes mucho tiempo más, porque no quiero que llegue el invierno. Ojalá vivir en un eterno otoño con las hojas de los árboles cayendo encima de nosotros mientras me lees otra historia y te miro con los mismos ojos de sorprendida que te puse nada más decidiste cruzar esta puerta.

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