martes, 25 de septiembre de 2018

Budapest

Una vez me hablaste de una ciudad mágica. De aquella a la que un día escaparíamos sin excusas. Una ciudad donde las ruinas renacen de noche y está tu cerveza favorita. Donde podría nadar en tus ojos sin riesgo a ahogarme porque tus mares no cubren más que mi cintura.
Quiero besarte a ambos lados del Danubio, sentir el frío húngaro abrazándonos por la espalda mientras caminamos por un puente lleno de luces a media noche. Bailar por las calles estrechas mientras te pido por favor que subamos a ver la ciudad dormir. Sentir cómo es ser noctámbulos en lo alto de Budapest mientras todo el mundo ha apagado sus luces y sólo quedamos tú y yo. Sin necesidad de decirnos nada, con los dedos entrelazados y sintiendo el latido de tu corazón, viéndote leer lo que dicen mis pupilas mientras te miro callada.

A dos mil quinientos kilómetros de nosotros hay una ciudad mágica. Es un secreto, la magia la pusieron tus palabras el día que decidiste hablarme de ella. De sus calles, de sus librerías, de su noche. Pero de lo que no me hablaste es que acabaría enamorándome de su nombre, apenas conociéndola, como un filtro de amor en tus palabras. Quizá acabé amando una ciudad que me recuerda a tus ojos reír cuando nos miramos de cerca.
No sé,
pero sí sé una cosa, mataría por ver esos ojos reír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario