lunes, 29 de agosto de 2016

Blanca noche

Y luces.
Luces como luciérnagas alumbran hasta donde nuestros ojos dejan de ver, donde se difuminan sus destellos y se convierten en una sola bola de luz. 
Camina; un paso, otro, derecha e izquierda. A duras penas conseguimos ver el suelo por donde pisamos, pero seguimos hacia adelante. Arrastrando los pies, acariciando el suelo por donde vamos.
Giras el rostro y ves toda una ciudad iluminada bajo la luciérnaga más grande de todo el cielo; la que no se deja fotografiar si no es para ser ella la protagonista. La que sale de noche en tacones y regresa al alba. La que está sola. La que nos mira con tristeza desde ahí arriba añorando tener una piel que rozar.
Arrastro mi cuerpo a duras penas por un suelo más que conocido. Liso, blanquecino y lleno de estrellas negras que no iluminan. Sin embargo se forman aún constelaciones unidas por mi índice.
Un suelo en el que tumbarme, un suelo caliente.
Un valle, mis dedos caminan desde lo más alto hasta bajar al punto donde comienza un camino de negras estrellas que culminan en lo más sexy de él; su mente.

Y si el suelo de aquella gran ciudad fuese tu espalda, tumbado sobre una cama y mis pies fuesen mis dedos arrastrando y uniendo tus negras pecas hasta formar constelaciones.


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