sábado, 5 de enero de 2019

Cuando todo arda

Tú y yo no somos dos, somos tres.
Tú y yo no somos una pareja, somos familia numerosa. Tú, yo, mi terror a perderte, mi inestabilidad y la ausencia de mi amor propio.
Mientras me curas aquella herida que ayer encontraste, otra se está abriendo. Tus puntos de sutura son fuertes y limpios pero mi corazón es tosco y débil. Hace años que su piel dejó de regenerarse, está anciano.
En su lecho de muerte tus manos son su mecedora, tus dedos la medicina que cada día cura una nueva herida. Pero hay más, invisibles a tus ojos que sólo sangran cuando las rozas. Fuiste el cuchillo que cortó la soga con la que me estaba ahogando, el taburete que sujetó mis pies. Y yo, enfadada, aún no he sabido cómo dar las gracias a quien, sin mi voluntad, decidió regalarme una nueva vida.
No puedo mentir a quien me cura y hablar de flores y algodón. Pero puedo prometer que algún día dejaré de sangrar. Quizá mañana, quizá pasado. Quizá dentro de muchos años bajo tus sábanas descubra que cada herida ha sido sanada con tus labios mientras me recorrías el cuerpo suavemente.
Venus no tiene días suficientes como para darte todas las gracias que mereces.

No te vayas cuando todo empiece a arder, porque arderá. Arderá tanto que me quemaré, pero no te vayas. Cuando me enseñaste qué era el amor descubrí que ni el tesoro de los templarios era tan valioso. Ya no sé dormir si no es imaginando tus dedos rozando la palma de mi mano.

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