sábado, 8 de febrero de 2014

Las manos frías y el pecho caliente.

Las gotas se suicidan tirándose desde el cielo, muriendo al chocar en cada uno de nuestros rostros. 
Jamás fui alguien. Jamás importé. 
Mi paso dejaba huellas ensangrentadas de un corazón que se resbala por dentro, hasta que llegue el día que caiga al suelo.
No soy lo que alguien necesita. No soy la sonrisa de nadie, ni si quiera la mía. Jamás escribí nada con mis manos. Sólo fue el intento de suicidio, el brotar de mi sangre fuera de mis venas en un papel en blanco.
Siempre fui una más, quizá ni eso. Alguien sin importancia.

Vomité versos, sangré sentimientos y lloré recuerdos. 
Me perdí entre las sábanas, no conseguí salir. Mi cuerpo murió en ellas. Mis gritos se ahogaron en un mar de lágrimas, de errores que se pagan muy caro. 
Noches donde la luna no sale a verte, días en que el Sol se queda dormido. La sonrisa se suicidó de ver sus ojos llorar. Los ojos lloraban porque se apagaba su luz, luz que hacía años que se había fundido. 
Las manos frías sobre un viejo piano hacen sonar suavemente las teclas, con miedo. La soledad es su único público que aplaude mientras miro mi reflejo cansado en él. 
Y preguntarse por qué lo hice. 

Los errores se pagan, nadie perdona, ni si quiera me sé perdonar a mí misma. Caí en lo más fondo de un mar congelado. 
Dejé de llorar lágrimas y comencé a derramar sangre por los ojos. El rostro enrojecido.

La habitación a oscuras, en una esquina. Sé qué quiero hacer, pero no soy capaz. Sería muy cobarde. 
 
Los finales felices sólo se consiguen si consigues luchar, pero si nadie te da la mano para salir de un océano, si nadie te enseña a nadar, si nadie te dice que si das una patada a las sábanas ves la luz, si no te dicen que levantes la persiana o abras la puerta para salir, si nadie te ayuda ni enseña. Si la soledad te ahoga por detrás. Si te pierdes entre la oscuridad de tus ojos, apaga la luz.

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